COMENTARIO :
San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte) y doctor de la Iglesia
Sermón 288
«Muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis y no lo vieron» (Mt 13,17). En efecto, estos santos personajes, llenos del Espíritu de Dios para anunciar la venida de Cristo, deseaban ardientemente, si era posible, gozar de su presencia en la tierra. Es por este motivo que Dios aplazaba la hora de retirar a Simeón de este mundo. Quería que pudiera contemplar, bajo la forma de un recién nacido, a aquel por quien el mundo fue creado (Lc 2,25s)... Simeón, pues, lo vio pero con rasgos de niño. Juan, por el contrario, lo vio cuando ya enseñaba y escogía a sus discípulos. ¿Dónde? En las orillas del río Jordán...
Vemos aquí un símbolo y un enfoque del bautismo de Jesucristo, en este bautismo de preparación que le abría el camino, según las palabras de Juan: «Preparad los caminos del Señor, allanad sus senderos» (Mt 3,3). El mismo Señor quiso ser bautizado por su siervo para hacer comprender a los que reciben el bautismo del Señor, la gracia que se les otorga. Es entonces que comienza su reino, como para que se cumpla esta profecía: «Que domine de mar a mar, del Gran Río hasta el confín de la tierra» (Sl 71,8). En las orillas del río donde comienza esta dominación de Cristo, Juan vio al Salvador; lo vio, lo reconoció y dio testimonio de él. Juan se humilló ante la grandeza divina, para merecer que su humildad fuera levantada por esta grandeza. Se declara el amigo del Esposo (Jn 3,29), y ¿qué amigo? ¿Es un amigo que se considera un igual a su amigo? Lejos de él este pensamiento. ¿A qué distancia se coloca? «Yo no merezco, dice, agacharme para desatarle las correas de sus sandalias» (Mc 1,7).
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